Su partida de defunción asegura que falleció de un cáncer de mama que, tras un proceso de
evolución, degeneró en metástasis. Yo sé que realmente murió de tristeza.
Aunque en absoluto era una persona triste.
No he podido llorar su muerte con ganas. Lo he hecho a hurtadillas. Para
que mi hijo no me vea. Así, fingimos él y yo que ella no se ha ido. Aunque
ambos sabemos que jamás volverá. La queremos tanto a Conchi que nos resistimos a enterrarla.
Quiero quedarme con sus últimas palabras, ya a punto de cruzar el umbral a
la otra vida, cuando estaba agonizante y yo pensaba tomar un avión: “No hagas
un viaje tan largo amiga, creo no merece la pena”-dijo con su voz cansada-
Y así se fue, sin que al menos yo pudiera darle un abrazo. La maldita
distancia se llevó la mano y nos ganó la partida. En una nube de morfina,
exhausta y derrotada, mientras yo esperaba que de una vez se realizara esa
fatídica última llamada que anunciaría que por fin la agonía se terminó.
Cuando pienso en ella me llegan la alegría, las risas, el nulo sentido del
ridículo que tenía, sus sabias palabras, sus elocuentes miradas, su integridad
como ser humano, su generosidad más absoluta y sus danzas… siempre las danzas
presentes en su vida.
Al mirar las fotos de su último viaje a la isla, quiero rescatar algunas
muy especiales: cuando iba en la parte trasera de mi coche, sacando los pies
por la ventana, porque tenía calor; cuando nos fuimos a coger naranjas a Teror, o en la cocina de casa, con la corona dorada
del roscón de reyes sobre su cabeza, o sentada en un banco en mitad de la
calle Triana, comiendo papas fritas con Fernando, porque estaba cansada de
tanto andar.
El día que fui a renovar mi carnet de conducir, ella y mi hijo recorrieron calles y más calles,
hasta encontrar el sitio donde venden los petardos y cohetes, para realizar el
sueño del niño. Por la noche se prendieron todos en la azotea de casa y
pequeños estampidos de colores, inmortalizaron para siempre esta experiencia
imborrable.
Pudo enseñar algo de lo mucho que sabía de las danzas del mundo a los niños
de mi colegio. Fue un día verdaderamente
especial, en el que ella no se cansó e incluso le supo a poco. Los niños y
niñas de mi cole no la olvidan desde entonces, aún esperan su vuelta. Ese
día le prodigaron de forma espontánea dibujos, cartas y poemas, que se llevó en su maleta como un preciado tesoro.
Nuestra relación de los últimos dos años fue una alegre despedida. Tanto me
confié, que creí que era un roble, que jamás se iría. Aún hoy es el momento en
que no me termino de creérmelo.
No la he borrado del correo, ni de mi agenda de teléfonos. Pienso que de
alguna manera me resisto a que se vaya. Quizá por eso escribo ahora esta historia. Necesito rememorarla, para hacer
justicia a su memoria, es posible que de esta forma logre desapegarme de
ella.
Fue siempre una hermana muy especial, aunque no nos unieran lazos de
sangre. Clara, directa, cercana, luchadora y gran persona. Amigos y amigas a
raudales, esa era su gran fortuna.
No conocimos en unas jornadas, allá en Euskal Herría. Hace de eso muchos,
muchos años. Seguimos en contacto, nos hicimos visitas en vacaciones y en
verano. Compartimos confidencias, amores y desamores. Muchos desamores rondaban por
entonces en nuestras vidas.
Nos fuimos distanciando con el tiempo, aunque siempre, el veintidós de
noviembre sonaba el teléfono deseándome un feliz cumpleaños. Si no estaba dejaba un mensaje. En eso no estuve a su altura. Hasta he olvidado la fecha de
su cumple, aunque sé que coincide con la del escritor chileno Jorge Muzam, por
una felicitación que se le hizo desde una red social. Entonces yo dije lo de mi
amiga Conchi, y alguien amablemente me apuntó que llamarse así sonaba muy mal
en Sudamérica.
De vez en cuando me enviaba una carta, con una letra impecable y adornada
con pegatinas de flores y mariposas. Yo prefería hacerle una llamada, pero ella
esperaba respuesta escrita sus cartas, que eran muy elocuentes, y aún
las conservo.
Siempre estaba emprendiendo alguna nueva aventura en su vida, un nuevo curso de danza en algún confín del mundo, o bien trabajaba en una aldea ecológica en Escocia, o hacía el camino de Santiago con una mochila y poco más… su vida era intensa, muy intensa.
Siempre estaba emprendiendo alguna nueva aventura en su vida, un nuevo curso de danza en algún confín del mundo, o bien trabajaba en una aldea ecológica en Escocia, o hacía el camino de Santiago con una mochila y poco más… su vida era intensa, muy intensa.
A menudo me recomendaba alguna lectura interesante. Incluso me regaló un
pequeño libro acerca de cómo escribir de forma creativa. Mi memoria vuelve a
jugarme una mala pasada. He olvidado ese título, pero no el contenido, ni los
sabios consejos que transmitía la autora. El libro está aún en mi biblioteca,
junto con otros muchos.
…………
Haberla conocido y ser su amiga ha sido un privilegio para mí. Fernando se
enamoró de su país y del paisaje, indagando luego en nuestras raíces,
encontramos que nuestra bisabuela se apellidaba Arráez y que eran oriundos de
Euskadi. A saber si alguna otra vida no hemos sido hermanas o familia.
Guardo sus mensajes del último periodo que vivió en su caravana, con fotos
de paisajes hechas desde la ventana o frases cariñosas, en las que me decía que
había cocinado lentejas y se había acordado de mí… o un escueto “te quiero
amiga”.
En aquella caravana, en la que quedaban pocas cosas, pues se había deshecho
de casi todo porque no lo necesitaba, según ella, conservaba un panel con fotos
de personas especiales en su vida. Pude distinguir una de nosotras dos, al
menos veinte años atrás o quizá más. Jóvenes y guapas, alegres y llenas de
vida, en el puente de los patos de un parque de Donosti. Repetimos esa foto en
ese preciso lugar y éramos las mismas, solo que con veinte años más. Fernando
nos hizo esa segunda foto. Estábamos a seis grados bajo cero. Fue un día
inolvidable.
Hoy lo quiero gritar a los cuatro vientos “TE QUIERO AMIGA, ALLÁ DÓNDE
ESTÉS”. Por cierto… ya he recordado el título de aquel del libro: “El gozo de
escribir” de Natalie Golberg. Hasta en esto me apoyaste en la distancia, me
indicaste un camino para que dejara fluir lo que llevo dentro, lo que siento,
lo que observo. Por tanto, es en tu memoria y en tu honor que escribo este texto
ya que a ti va dedicado.