6.9.12

AMIGA DEL ALMA



Su partida de defunción asegura que falleció de  un cáncer de mama que, tras un proceso de evolución, degeneró en metástasis. Yo sé que realmente murió de tristeza. Aunque en absoluto era una persona triste.

No he podido llorar su muerte con ganas. Lo he hecho a hurtadillas. Para que mi hijo no me vea. Así, fingimos él y yo que ella no se ha ido. Aunque ambos sabemos que jamás volverá. La queremos tanto a Conchi que nos resistimos a enterrarla.

Quiero quedarme con sus últimas palabras, ya a punto de cruzar el umbral a la otra vida, cuando estaba agonizante y yo pensaba tomar un avión: “No hagas un viaje tan largo amiga, creo no merece la pena”-dijo con su voz cansada-

Y así se fue, sin que al menos yo pudiera darle un abrazo. La maldita distancia se llevó la mano y nos ganó la partida. En una nube de morfina, exhausta y derrotada, mientras yo esperaba que de una vez se realizara esa fatídica última llamada que anunciaría que por fin la agonía se terminó.

Cuando pienso en ella me llegan la alegría, las risas, el nulo sentido del ridículo que tenía, sus sabias palabras, sus elocuentes miradas, su integridad como ser humano, su generosidad más absoluta y sus danzas… siempre las danzas presentes en su vida.

Al mirar las fotos de su último viaje a la isla, quiero rescatar algunas muy especiales: cuando iba en la parte trasera de mi coche, sacando los pies por la ventana, porque tenía calor; cuando nos fuimos a coger naranjas a Teror, o  en la cocina de casa, con la corona dorada del roscón de reyes sobre su cabeza, o sentada en un banco en mitad de  la calle Triana, comiendo papas fritas con Fernando, porque estaba cansada de tanto andar.

El día que fui a renovar mi carnet de conducir, ella y  mi hijo recorrieron calles y más calles, hasta encontrar el sitio donde venden los petardos y cohetes, para realizar el sueño del niño. Por la noche se prendieron todos en la azotea de casa y pequeños estampidos de colores, inmortalizaron para siempre esta experiencia imborrable.

Pudo enseñar algo de lo mucho que sabía de las danzas del mundo a los niños de  mi colegio. Fue un día verdaderamente especial, en el que ella no se cansó e incluso le supo a poco. Los niños y niñas de mi cole no la olvidan desde entonces, aún esperan su vuelta. Ese día le prodigaron de forma espontánea dibujos, cartas y poemas, que se  llevó en su maleta como un preciado tesoro.

Nuestra relación de los últimos dos años fue una alegre despedida. Tanto me confié, que creí que era un roble, que jamás se iría.  Aún hoy es el momento en que no me termino de creérmelo.

No la he borrado del correo, ni de mi agenda de teléfonos. Pienso que de alguna manera me resisto a que se vaya. Quizá por eso escribo ahora esta historia. Necesito rememorarla, para hacer justicia a su memoria, es posible que de esta forma logre desapegarme de ella.

Fue siempre una hermana muy especial, aunque no nos unieran lazos de sangre. Clara, directa, cercana, luchadora y gran persona. Amigos y amigas a raudales, esa era su gran fortuna.

No conocimos en unas jornadas, allá en Euskal Herría. Hace de eso muchos, muchos años. Seguimos en contacto, nos hicimos visitas en vacaciones y en verano. Compartimos confidencias, amores y desamores. Muchos desamores rondaban por entonces en nuestras vidas.

Nos fuimos distanciando con el tiempo, aunque siempre, el veintidós de noviembre sonaba el teléfono deseándome un feliz cumpleaños. Si no estaba dejaba un mensaje. En eso no estuve a su altura. Hasta he olvidado la fecha de su cumple, aunque sé que coincide con la del escritor chileno Jorge Muzam, por una felicitación que se le hizo desde una red social. Entonces yo dije lo de mi amiga Conchi, y alguien amablemente me apuntó que llamarse así sonaba muy mal en Sudamérica.

De vez en cuando me enviaba una carta, con una letra impecable y adornada con pegatinas de flores y mariposas. Yo prefería hacerle una llamada, pero ella esperaba respuesta escrita sus cartas, que eran muy elocuentes, y aún las conservo. 


Siempre estaba emprendiendo alguna nueva aventura en su vida, un nuevo curso de danza en algún confín del mundo, o bien trabajaba en una aldea ecológica en Escocia, o hacía el camino de Santiago con una mochila y poco más… su vida era intensa, muy intensa.

A menudo me recomendaba alguna lectura interesante. Incluso me regaló un pequeño libro acerca de cómo escribir de forma creativa. Mi memoria vuelve a jugarme una mala pasada. He olvidado ese título, pero no el contenido, ni los sabios consejos que transmitía la autora. El libro está aún en mi biblioteca, junto con otros muchos.

…………

Haberla conocido y ser su amiga ha sido un privilegio para mí. Fernando se enamoró de su país y del paisaje, indagando luego en nuestras raíces, encontramos que nuestra bisabuela se apellidaba Arráez y que eran oriundos de Euskadi. A saber si alguna otra vida no hemos sido hermanas o familia.

Guardo sus mensajes del último periodo que vivió en su caravana, con fotos de paisajes hechas desde la ventana o frases cariñosas, en las que me decía que había cocinado lentejas y se había acordado de mí… o un escueto “te quiero amiga”.

En aquella caravana, en la que quedaban pocas cosas, pues se había deshecho de casi todo porque no lo necesitaba, según ella, conservaba un panel con fotos de personas especiales en su vida. Pude distinguir una de nosotras dos, al menos veinte años atrás o quizá más. Jóvenes y guapas, alegres y llenas de vida, en el puente de los patos de un parque de Donosti. Repetimos esa foto en ese preciso lugar y éramos las mismas, solo que con veinte años más. Fernando nos hizo esa segunda foto. Estábamos a seis grados bajo cero. Fue un día inolvidable.

Hoy lo quiero gritar a los cuatro vientos “TE QUIERO AMIGA, ALLÁ DÓNDE ESTÉS”. Por cierto… ya he recordado el título de aquel del libro: “El gozo de escribir” de Natalie Golberg. Hasta en esto me apoyaste en la distancia, me indicaste un camino para que dejara fluir lo que llevo dentro, lo que siento, lo que observo. Por tanto, es en tu memoria y en tu honor que escribo este texto ya que a ti va dedicado.





3.9.12

EL LEGADO




Ha recorrido el tiempo, de vientre a vientre, se ha traspasado en los genes y ha llegado hasta nosotras, para ser quienes somos… también todos sus miedos, y sus silencios. Hemos sido mujeres de carne y hueso, pero fuertes. Si tenemos que tirar con nuestros hijos, lo hacemos, lo hemos hecho. Libramos nuestra batalla con el miedo. No ha sido fácil. Hemos luchado con nuestro enemigo interno, con el de ellas, con el temor acumulado tras muchas generaciones de mujeres valientes y audaces. Mujeres solas, que no querían estarlo. Carentes de caricias y ávidas del disfrute de sus cuerpos. Pensamos que la vida se vive una vez y que solo a nosotras nos pertenece. La hemos defendido, para no terminar como el mortero: roto, desfondado y decorando una cocina como el mejor fin que podría tener.

Pero somos hijas de nuestros ancestros. Una tremenda soledad nos invade y nos debilita, a veces, en forma de miedo. Mirando para afuera, no hacia adentro, se nos va la vida en amores imposibles, eligiendo terrenos resbaladizos en nuestras relaciones. Amando demasiado, como forma de sentir que somos necesitadas. Buscando hombres que nos digan cuanto valemos como si nuestra opinión no contara. Relacionándonos a menudo de forma enfermiza y destructiva. Nada ha sido fácil.

Lo que si hemos hecho es decidir no continuar a la espera. Con tremendo esfuerzo hemos tomado la iniciativa, arrastrando a veces con la duda, creyendo que no era nuestro derecho, pensando que quizá nos estábamos equivocando… pero por fin  lo hicimos, y al hacernos cargo de nosotras, hemos renunciado a ser víctimas. Aprendimos a disponer de lo nuestro, a romper ataduras y a abandonar la culpa...