5.3.13

A destiempo






El momento de silencio en el que ambos se encontraron, dejó encima de la mesa y de golpe, todas las preguntas sin respuestas, las dudas, los reproches, las palabras no pronunciadas, las expectativas no satisfechas.

Se habían tropezado casualmente, después de años sin verse, pese a que vivían en la misma ciudad. Tras la euforia momentánea pasaron a hablar del trabajo, de los hijos, de sus vidas personales, fue así como supieron que ambos estaban ahora divorciados. Prolongaron aquel primer encuentro en una cafetería cercana, ante dos cervezas. Charlaron por un rato, sin parar, como si el tiempo se esfumara una vez más, volviendo a jugarles una mala pasada.

Cuando se produjo el silencio, fue en el preciso momento en que sus miradas se cruzaron, y sus ojos se atrevieron a ser todo lo sinceros que ellos no habían sido.

-¿Qué nos pasó? - articuló finalmente ella, en un arranque de sinceridad-

-Que el destino hizo que nos encontráramos a destiempo -respondió él-

-No, no fue eso en absoluto. Yo estaba dispuesta a caminar contigo hasta donde hiciera falta. Tú no estabas disponible para mí, no lo suficiente. ¿Sabes que luego me pregunté más de una vez, hasta donde habrías llegado con tu doble vida si yo no hubiera exigido una definición? Yo di el paso y cambié mi vida. No te digo que lo hice por ti. En realidad lo hice solo por mí. En aquella relación que tenía entonces ya no había amor. Yo solo pensaba en ti. Me enamoré perdidamente... de ti, o de una esperanza, ahora no lo sé. Me la jugué, porque eso es lo que en realidad quería hacer. Tú no fuiste capaz, no tuviste valor. Estabas más pendiente de lo que iban a pensar de ti, de tu orden perfecto con la foto de familia en la librería del salón. Eso era lo seguro. Arriesgarte conmigo era una gran incógnita. Eso fue todo. De ninguna manera podías creer que nuestra historia tenía todas las garantías de seguridad que entonces te ofrecía tu matrimonio.

-No era el momento, eso es todo. Tenía miedo y salí huyendo. Me habían enseñado que los sentimientos son cosas banales, en realidad a veces lo son.  Nunca dudes de cuanto te he querido, a decir verdad, aún te quiero. A veces me evado pensando en ti. Sueño contigo, te echo de menos. Me pregunto si aún no será recuperable nuestra historia, quien sabe si este encuentro no será tan fortuito. La vida no ha sido muy justa con nosotros, me parece. Yo tengo por costumbre vivir el presente. Los conflictos no los manejo bien, ya lo sabes.

-Excusas, creo que solo son excusas. No sé si quieres engañarte a ti mismo, o si pretendes quedar bien conmigo. Te gustaba llenar tu vida de cosas sensatas. No creo que me eches de menos precisamente a mí. Sueñas con una idea, que en este momento no existe en el presente. Nuestro presente de entonces es ahora pasado. Y ya sabes: el pasado no existe, es solo una ilusión. Pero… dime ¿Cómo fue que por fin fuiste capaz de divorciarte?

-No fui yo quien dejó la relación. Finalmente fue ella quien se atrevió a dar el paso -afirmó con desgana como restándole importancia- dime: ¿no te gustaría retroceder en el tiempo?

-Nunca las segundas partes fueron buenas. Eso, no es solo una frase hecha.

Fue entonces cuando ella volvió a rememorar la frase magistral del protagonista de “Los puentes de Madison”.  Cuando en otro tiempo se compadecía de sí misma y lloraba por las esquinas, había visto aquella película al menos cinco veces. En aquellos tiempos  pensaba que sin él, no podía ni quería vivir.

-“No quiero necesitarte, porque no puedo tenerte” -le dijo mientras una lágrima perdida resbalaba por su cara- Esa frase de Clint Eastwood a Meryl Streep, le había impactado en su momento, por afinidad con su propio sentimiento.

-¿Qué quieres decir con eso?-preguntó él totalmente confundido.

-Nada, es una frase dicha desde un personaje de ficción, solo eso.

Entonces, mientras el golpe momentáneo de tristeza se alejaba, ella se recomponía en la escena, al mismo tiempo que apuraba su último sorbo de cerveza, pasando definitivamente aquella  página, hasta ahora inconclusa, de su vida. Le daba portazo al pasado. Con una frialdad casi inapropiada le dijo:

-Bueno, volvamos a la realidad. No tiene sentido remover el pasado. Me he alegrado de verte. Uno de estos días nos llamamos y quedamos con calma para comer o tomar algo, ¿te parece? -dijo todo eso con la certeza de que  aquello jamás iba a ocurrir-

-“No se volverá a repetir esto: este hechizo sólo te llega una vez en la vida” -dijo él sorprendiéndola- …Yo también lloré por entonces viendo Los puentes de Madisson. No creas que he olvidado todo. Recuerdo que esa era la película que íbamos a ver aquel día, cuando falté a mi cita. Estaba a punto de cerrar el coche, cuando vi a mi mujer que me seguía. Cambié de rumbo y entré en un bar. Desde entonces decidí no volver a verte…

Un abrazo frío e impersonal fue otra vez la despedida, solo que ahora ella no lloraba, ni se sentía abandonada y perdida como entonces. Tampoco con la sensación de no ser lo suficientemente capaz, guapa, simpática... como para que él la quisiera incondicionalmente. Claro que quizá no fue entonces el momento. Ahora tampoco. Se había disuelto la imagen idílica con el reencuentro. A destiempo, totalmente a destiempo. En este instante eran personajes diferentes en el mismo escenario.

 Mientras buscaba a tientas las llaves y caminaba despacio hasta su coche, se decía con la mayor de las certezas, que daba igual todo, a estas alturas, de haber vivido aquella historia, quizá ya estaría muerta, gastada. ¿Era una estúpida romántica fatalista que se equivocó de siglo? Se dijo resignadamente. Ahora, quizá podría tenerle, pero tampoco quería necesitarle.


Fotografía: Salvador Gautier