Me
he tropezado con vos sin querer, sin ni siquiera buscarte. Es más, aún cuando
tampoco tenía la certeza de que existías en algún recóndito lugar de este
mundo, He abierto mis sentidos a lo inesperado, dispuesta a que el sueño no me venza.
Ha llegado el absoluto silencio de la calle. No hay ruidos, ni voces… todo en
calma.
Me refugio tras el parapeto del ordenador,
pensando en no salir para nada del presente. Eludiendo los abordajes nocturnos
de aquellos que creen que la noche es territorio para los que buscan sexo
virtual, fácil y aséptico. Descubrí que los insomnes a veces buscan solo eso:
sexo o plática. Yo simplemente estoy, deshilvanando sorpresas, descubriendo el
mundo de la no presencia. Pensando en si en algún recóndito lugar de mi memoria
queda algo por desentrañar que aún no capto. Sintiendo historias paralelas
también extraviadas. Caminado en busca de lo desconocido.
Fue
así como tropecé con tu imagen inédita que casi viene a ser la mía. “Tengo un
relato para tu foto de perfil”. Eso fue lo primero que pensé. No, en realidad
lo primero de todo que pensé fue que vos había robado con nocturnidad y
alevosía mi propia imagen. En mi cabeza no entraba que en tu casa estaba una
réplica del mortero de mi historia. Cuando tras la sorpresa me calmo para ver,
compruebo que es una especie de alma gemela. Pero no es el mismo.
Así
fue como te encontré sin buscarte. Las almas de mi mortero tiraron de mí, me
hicieron un guiño, me vinieron a pedir que no les olvidara. No quería quedarse
para siempre en un texto a medias
perdido en la nada. Me empujaron suavecito hacia tu imagen… un impacto me
desveló de golpe. He dejado abierta la
página, dudando si sería lícito, copiar
tu foto. Luego he ido a encaramarme en una silla. He cogido mi preciado
mortero entre las manos. Pesa cuatro Kilos, pero no lo recordaba. Le he
colocado en el centro de la mesa y entonces he hecho la foto. La he colgado
junto a la tuya. Una al ladito de la otra, con el fin de que vos no vayas a
pensar que yo estoy loca.
Entonces
ha sido cuando he recordado la confrontación entre mi papá con la tía Marcela,
en pugna para defender el honor de sus respectivas madres. Cada uno decía ser -y
por separado lo eran- fruto del legítimo
matrimonio de mi abuelo.
Y
algo parecido me ha ocurrido tras el impacto… comprobar que mi mortero no es el
único. Es uno más de una serie. No se ven los desconches en el fondo. Su
rotura, dejaría al descubierto que tiene un dolor que sí es exclusivo.
Me
giro hacia tus datos de perfil, para constatar
que vives en Buenos Aires. La tierra mítica de la que escuchaba hablar
en mi niñez, la devoradora de gente.
Buenos Aires era la meca de mis sueños infantiles, donde debería ir algún día
para tropezarme con mis parientes perdidos, y así poder por fin ponerles cara y
conocer sus voces.
Hoy
he escuchado la tuya, y siento que ya tengo claro como pudo ser la de mi
abuelo. Pareces un hombre clamo y cansado. Sereno y triste. Una y otra vez se
repiten las similitudes.
Una
voz suavecita me pide que no ceda a mi cansancio, que no tire la toalla. Me
solicita que escriba la historia que nuestros morteros conocen. La que cuentan
y la que aún mantienen en secreto. Los secretos son una pesada carga. Ella
necesita que yo lea su pensamiento, y luego quedará tranquila para siempre a
través de mi propia tranquilidad.
Encarna tu relato es como un hada, como aquel que viaja sin ser visto, pero que alguien conoce, siempre hacen falta dos, no importa la naturaleza, la vida se encarga de darle vida y forma, besos fmp.
ResponderEliminarDesde que nuestros morteros se encontraron, como una energía mágica se puso en movimiento. He tropezado no solo contigo, también con mi familia de Argentina... ha sido maravilloso escuchar la voz de mis primas y reconocer los genes que compartimos en nuestras caritas. Muchas preguntas hallaron sus repuestas, algunos secretos han dejado de serlo. Hermosa experiencia
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