26.10.13

VERDE QUE TE QUIERO VERDE




La marea humana caminaba desde distintos lugares de la isla para confluir en un punto de encuentro. El verde era el color convenido, y nunca antes  se juntaron tantas tonalidades del mismo. Algunos se confundían casi con algún azul turquesa y otros se acercaban al verde limón. La carta de colores  alegraba las calles aquella tarde.

Los ánimos estaban un poco exaltados ya en el camino. Quizá expresando un descontento general, una señora recatada se lió a gritos con el conductor de la guagua que tuvo que desviar su ruta por la hora cercana de la manifestación. Su demanda era que en la parada obligada para respetar el rojo del semáforo, el buen señor abriera la puerta, cosa que él no tenía intención de hacer por ser ésta una infracción importante.

-Chofer ¡Abra la puerta que nos quedamos aquí! ¡Abra, por favor, que vamos a la mani! Insistía una y otra vez ante los oídos sordos del chofer de la guagua atestada de pasajeros con camisetas verdosas. Finalmente, haciendo  un recorrido diferente,  terminó parando en un lugar muy próximo al punto de partida de la marcha.

Allí, en El Obelisco, el verde se volvió casi deslumbrante. La creatividad de los concurrentes, se expresaba en forma de pancartas ingeniosas. “Franco ha Werto” era  una frase recurrente.

Los manifestantes se agrupaban por banderas y colores bajo las siglas de sus respectivos sindicatos o grupos afines. Juntos pero no “rewuertos”, cada uno con sus matices, no se fueran a confundir tendencias fundamentales.

Fue el momento de poder encontrarse con todo perro y gato conocido, para comprobar que nuestros centros de interés vitales parece que han cambiado. Más de diez o doce personas me hablaron de la jubilación inminente o efectiva. No me podía entrar en la cabeza que aquellos compañeros de promoción, tan jovencitos todos, están a las puertas de jubilarse. Y me preguntaban  por la mía propia, como el justo premio a tantos años de dedicación intensa.

-¿Pero cómo me voy a jubilar si “aún” tengo cincuenta y siete años?  -respondo casi incrédula, al tiempo que en mi interior me siento en la plenitud de mi vida profesional. No me quiero jubilar, ni pienso hacerlo de forma anticipada. El gran secreto es que cada mañana me levanto con la firme decisión de contribuir a cambiar el sistema educativo.

La otra variante de nuestro saludo de encuentro es preguntar por los hijos, ya adultos y hasta por los nietos.  Muchos de nosotros ahora somos abuelitos. Y es cuando rememoro a mis compañeros del grupo de magisterio, como si el tiempo no hubiera transcurrido. Treinta y siete años en esta profesión parece que han volado por arte de magia.

Me he vuelto a dar de bruces con los años cuando me saluda la tercera persona de la tarde, preguntándome si sigo en el mismo colegio y hasta por mis hijos. Yo estoy perdida, me suena la cara, pero no sé quién es. Eso sí, mantengo el tipo, sonrío y digo cosas convencionales.

Un poco más adelante, un grupo la emprendía a voces con otros manifestantes, coreando la consiga “Comisiones y Ugeté, sindicatos del poder”.  Me pregunto si seguimos siendo sectarios como forma de diferenciarnos o nos estaremos confundiendo de enemigo.

Unos niños de la mano de su madre, me recordaron a mis propios hijos en manifestaciones de antaño: aburridos y cansados deseando salir de allí lo antes posible.

Localicé desde la distancia a Juanita, mi antigua alumna de hace treinta y cinco años. Era brillante e inteligente, con dotes organizativas y capacidad de liderazgo. La reencontré pasados los años, vestida de uniforme de policía nacional. Era Navidad y hacía la ruta por la zona de comercios, lo recuerdo bien. Le dije donde trabajo actualmente y entonces ella se acordó de unos “gamberros”, a los que alguna vez podría coger sin testigos y “darle un par de guantazos”. No la reconocía, admito apesadumbrada que aquella niña de nueve años flaquita y amorosa quedó atrapada en algún sitio. Hoy le tocaba custodiar a los manifestantes junto con un grupo de colegas, todos hombres, que con cara de aburridos charlaban entre sí cumpliendo su función de hacer acto de presencia, por más que tuvieran la certeza de que no habría ningún disturbio entre tantos docentes, estudiantes, madres y padres de familia.

Quise echar un cálculo del número de disidentes de la Ley Wert, y a ojo de buen cubero estimé en veinte mil. Los medios oficiales ajustaron a quince mil y los convocantes subieron a treinta los miles. En cualquier caso, era un respetable número de personas.

La nota de color, entre banderas y pancartas, la puso la gente joven. Los actualmente jóvenes saltaban y cantaban al son de una batucada muy alegre y sonora. Terminaron por hacer una sentada y todos paramos a disfrutar del ritmo.  En ese momento la calle fue nuestra.

Arribamos al punto de confluencia con algo de cansancio. Ya había caído la noche y las luces de la calle estaban prendidas.  Me perdía parte del final porque mi cuerpo agotado necesitaba madrugar a la mañana siguiente y había que tomar el “bus” de vuelta a casa. Más gente tuvo la misma iniciativa, nos delataba el verde, esta vez difuminado, que pululaba de nuevo en el paisaje.

Me ha tocado vivir a lo largo de mi trayectoria profesional, siete leyes de educación. Y aún caerá alguna más. Cada vez que hay un cambio de gobierno, la emprende con la Ley de Educación. Debe ser que en las escuelas tenemos un poder  muy grande.

Me he sentido, con mi improvisada camiseta verde, entre mis compañeros manifestantes, una testimonial disidente de una de las leyes de educación más explícitamente clasista y segregadora de cuantas he conocido.

 Custodiados por coches blindados de la policía nacional y en algunos casos por agentes que fueron alumnos de nuestras escuelas, levantamos las voces que claman en el desierto de  los oídos sordos de los poderosos, que nos permiten salir a la calle, de verde, malva o del color que queramos siempre que medie la previa solicitud de permiso, para hacer uso de la libertad expresión.

Podemos gritar cuanto queramos que ellos no piensan mover una ficha. Total, sus hijos están a buen recaudo en caros centros privados nacionales o extranjeros.

Dicen que luego podremos no votarles. Pero también sabemos que esa es otra farsa. Son los dueños de los medios de comunicación de masas y han diseñado una ley electoral a su medida, para que de alguna manera les favorezca, aún cuando parece que algo cambia, no cambia la esencia.

Franco no es que haya Werto, es que nunca se fue.

Fotografía: Kristhóval Tacoronte

4 comentarios:

  1. Kristhóval Tacoronte26 de octubre de 2013, 14:53

    Ay! Encarna, como haces que no acabe la manifestación. Saludos!

    ResponderEliminar
  2. cuando te vi por allí, me dediqué tranquilamente a observar, ya sabía que tú te encargabas de captar las imágenes. Gracias!

    ResponderEliminar
  3. "Franco no es que haya Werto, es que nunca se fue".... Y esta última frase de tu escrito es la síntesis de la totalidad. Y es la síntesis de lo que pasa, de la continuidad de un poder que dura y perdura por siglos, cambiando sus disfraces de monarquías en democracias y de estas a dictaduras, para luego volver con otras voces y otros colores, perpetuando la opresión, la deshumanización.
    Willyermo

    ResponderEliminar