Comenzó esta veloz carrera, allá en mi cabeza un buen día
a eso de las seis de la tarde.
Tras darle vida, el personaje se adueñó de mis
pensamientos. La encontraba por todas partes, me la tropezaba en el ascensor,
en el anuncio de desodorantes, en el escaparate de lencería y hasta en la
sección de menaje del supermercado.
Tantas horas compartidas terminaron por convertirla en mi musa. Comencé
a observar a través de sus ojos, a medir mis pasos pensando en los suyos. Me
impregné de su aroma y a veces de su desconcierto. No he querido dejarla sola,
abandonada en el fondo de un cajón. Se merece algo más que una palmadita en la
espalda.
Desde que las dos somos una, deambula conmigo, atisba mi
horizonte y se plantea mis propias dudas existenciales.
Esta aventura la comenzamos juntas y aún seguiremos en
ella. Desafiando temores e inseguridades, compartiendo pensamientos y reflexiones,
bromeando acerca de asuntos trascendentales e incluso banalizando sobre temas
serios.
Quizá se coló en mi vida sin que casi la percibiera, o
posiblemente siempre ha estado ahí, en la voz de todas las mujeres de mi pasado
y de mi presente. Incluso estuvo en mi escuela de niñas, sentada en el banquito
de madera con tintero, memorizando las consignas de la enciclopedia Alvarez.
Viene del pasado y camina hacia el futuro como si dependiera de un fatídico
destino, del que le resulta difícil liberarse. Nos hemos cogido de la mano, con
la esperanza de caminar hacia adelante sin que vuelvan a sangrar las viejas
heridas.
Hay algo ancestral en nuestras vidas que escapa a la
razón… la teoría misma bien asimilada sigue escapando a la lógica. Los
sentimientos nos han condicionado la vida de generación en generación.
Ella y yo no pretendemos dar respuestas, simplemente
planteamos dudas y preguntas. Nos mostramos sin tapujos, al descubierto.
Hacemos una apuesta fuerte por hablar sin censura,
dejamos de ser convencionales y adecuadas. Vamos a llamar a las cosas por su
nombre y a exhibir nuestros sentimientos y sensaciones, sin sentirnos por ellos
vulnerables, ya que nos acompaña la fuerza de la razón.
Dolly es algo más que un personaje: es una
manera de ver, sentir, amar, comprender, compartir, sanar heridas, es un grito
desgarrado que clama por una vida plena sin dolor, sin mentiras… simplemente es
auténtica, aunque su autenticidad parezca irreverente