15.9.14

Anteayer

Hace apenas nada aparecía sobre la faz de la tierra la especie humana. Nuestros antepasados homínidos tampoco están tan lejos. Mucho menos lo están las llamadas Primeras Civilizaciones. Parece que fuera en el atardecer del pasado día cuando la cultura escrita, el control de la producción y la aparición de excedente se mostraban en el planeta.

Las sociedades esclavistas tampoco están tan lejos. Y mucho menos lo están la Edad Media, la revolución industrial o la puesta en órbita de los primeros satélites espaciales.

Toda la historia acumulada, comparada con la edad de la tierra, es de hace apenas algunos días, más bien pocos.

Me he sumergido entre las páginas del libro “La conquista de América. Una revisión crítica” del catedrático de historia moderna Antonio Espino López,  lo cual ha sido  un  gesto de valentía. Hay que armarse de valor para poder leerlo sin tener que dejarlo a un lado para ir a vomitar, o incluso ver perturbado el sueño. Está bibliográficamente muy bien documentado, en unas cincuenta páginas se registran las numerosas fuentes consultadas. Preparó este material para sus alumnos, pero cuando vio la magnitud de su investigación decidió hacerlo público.

En algún gen de la especie humana está escondida la violencia como forma de dominación. Valga como prueba las masacres perpetradas a lo largo de la historia de la humanidad y las que aún se encuentran candentes. “La guerra es un acto de violencia destinado a obligar al adversario a hacer nuestra voluntad” (Carl von Clausewitz). 

El profesor Espino desmenuza las notas, actas, cartas, documentos de la época para dejar en evidencia que la conquista de Las Indias fue una masacre de crueldad extrema. Lo que permitió que una relevante minoría se hiciera con el control de una población mayoritaria en su propio vasto territorio, fue precisamente la guerra del terror. Para ello, los castellanos se inspiraron en los métodos crueles llevados a cabo previamente por los romanos a quienes al parecer, nadie ha igualado en brutalidad. Después de la Guerra de  Granada, el siguiente trampolín de lanzamiento fue la conquista de las Islas Canarias, en las que se pusieron en práctica cruentos métodos de sometimiento y terror, que posteriormente se extrapolarían a Las Indias. 

La amputación masiva de manos, práctica común llevada a cabo por el ejército romano, incluso como medida disciplinaria, se llevó a cabo en Canarias de forma indiscriminada y posteriormente en Las Indias. No solo se amputaron masivamente manos, pies, pechos o narices, además se practicaron ahorcamientos, empalamientos y otras crueldades similares, como por ejemplo lanzar perros feroces en pos de los indios desnudos para que les descuartizaran. La idea era dejar al “enemigo” con algo de vida para escarnio y doloroso ejemplo de quienes les podían ver.

El propio Cristóbal Colón utilizó la mutilación en sus andanzas en La Española, y no solo contra los aborígenes. En su larga trayectoria como navegante habría que incluir el tráfico de esclavos, al que se dedicó durante un tiempo. Por supuesto esclavizar humanos era un negocio legal entonces, amparado por la Iglesia, ya que según sus creencias, las personas negras no tenían alma. La cosa se les complicó con los aborígenes de América y Canarias. No obstante, los canarios que no fueron asesinados o mutilados, fueron botín de guerra  y como tal se vendieron en los mercados de Sevilla y Valencia. Muchas mujeres, niños y jóvenes entre ellos. 

Colón, Núñez de Balboa, los hermanos Pizarro, Hernán Cortés, Valdivia, Hurtado de Mendoza, Alonso de Lugo, Pedro de Vera, y tantos otros... han pasado gloriosamente a la historia con estatuas monumentos y plazas a su nombre, sin que se desenmascare la verdadera naturaleza de sus hazañas bélicas. Realmente el objetivo de esta gente era despojarse de su alma, no dejar ni una brizna de humanidad al descubierto. Volverse máquinas de asesinar, torturar y aterrorizar sin mirar a los lados, sin sentir ningún tipo de culpa. Siempre estaba el recurso de expiar estas culpas pagando bulas a la Iglesia. Por ejemplo el papa Clemente VII en 1528, manda bulas a Hernán Cortés, dando por bueno todo lo que éste había hecho en Nueva España (Carta de Pedro de Valdivia a Carlos I), ante aquellas gentes sin dios, sin ley y sin rey (palabras del dominico fray Lizárraga).

La única voz de la conciencia que clamaba  por aquella ignominia entonces era la de fray Bartolomé de Las Casas. Gracias a sus numerosos testimonios, entre otras pruebas fehacientes, hoy la historia puede hacer justicia.

Y todo esto ha ocurrido hace nada. Desde Canarias se exportaron familias a Las Indias, una vez conquistadas y masacradas, había que mantener las endebles fronteras y colonizarlas. Esta emigración organizada también dio a las Islas Canarias un espacio en la historia de América.

Primero las islas fueron campo de experimentación de técnicas de sometimiento y conquista por medio de la violencia incontrolada, luego la base de operaciones en la que repostaban, camino de Las Indias, víveres y vituallas. Incluso animales y plantas. Queda constancia en las crónicas de la época de que a los largo del siglo XVI se llevaron desde Canarias la caña de azúcar, que fue muy bien aceptada en aquellas latitudes, el plátano que había llegado hasta aquí desde Guinea, además de gallinas, cerdos, becerros y   cabras.

Más tarde terminaron llevándose a los maestros azucareros. En las islas controlaban el negocio de la caña los genoveses y flamencos.  Al poco tiempo el azúcar americano desbancó al de Canarias. Posiblemente gracias a esto no fueron desforestadas por completo. En las calderas de los ingenios se consumían ingentes cantidades de carbón vegetal que se conseguía talando los bosques de forma incontrolada.

Las familias de agricultores fueron imprescindibles para repoblar el inmenso continente desbaratado. Una emigración organizada que comenzó en el XVI y se extendería a lo largo de los siguientes siglos. Como si el puzzle del tiempo de la historia fuera una cosa insignificante, podemos bucear en el pasado y tropezarnos con nuestros tatarabuelos.

En la actualidad, el mundo “civilizado” se coloca cada tanto frente a sus televisores, viendo como se disputa el mundial  de fútbol. El gran Galeano, defensor a ultranza de este deporte como juego y diversión, en una entrevista reciente al diario de O Estado de Sao Paulo, declaraba: “Hay dictaduras visibles e invisibles. La estructura de poder del fútbol en el mundo es monárquica. Es la monarquía más secreta del mundo: nadie sabe de los secretos de la FIFA, cerrados a siete llaves. Los dirigentes viven en un castillo muy bien resguardado”. Parece que los desfavorecidos del planeta necesitamos una revancha que se saldará fuera de un estadio. Comencemos por reconocer la existencia de la violencia para erradicarla.

Tras la victoria de España en el mundial de Sudáfrica, el pueblo español sufrió una de las más duras derrotas en cuando a derechos civiles, laborales y humanos. Muchas personas han soportado en su carne el dolor de las carencias, la pérdida de sus viviendas, además de convertirse en esclavos de por vida  de la banca mundial.

Mientras el pueblo palestino es violentamente desalojado de su propia tierra,  se retransmite en vivo y en directo  el terrorífico espectáculo, enmascarando a la violencia con frases tales como “Se ha acordado un alto al fuego de setenta y dos horas”. Y  seguimos mirando el fútbol tan tranquilos.

Actualmente los negreros se ahorran el trabajo de transportar a sus esclavos. Ahora lo hacen ellos mismos pagando un alto coste por un pasaje en patera que puede costarles la vida, igual que antaño a los que iban con grilletes en aquellos inmundos barcos que cruzaban el océano. Intentan llegar a nado, o saltando la valla asesina… el caso es cruzar como sea al paraíso del norte, para en el mejor de los casos, verse convertidos en esclavos modernos.

El poder tiene unos largos tentáculos para someter a los seres humanos. Si hacemos una mirada retrospectiva por la historia,  comprobamos que en realidad no se trata de algo nuevo. Los romanos, los griegos, egipcios, españoles, franceses, ingleses y en general todo los países imperialistas, se trazaron como objetivo someter a otros pueblos y hacerlo desde el terror y la violencia. Pan y circo no es tampoco algo inventado hace dos días.

La madre tierra provee de espacio y alimentos  para todos… solo se trata de repartirlos de forma equitativa.  Nuestra estancia en el mundo está llena de incertidumbres, aunque la certeza absoluta es que más tarde o más temprano vamos a morir. ¿En qué parte de nuestros genes quedó grabada la terrible angustia que permite a unos seres humanos maltratar a otros?

Uno de los grandes objetivos de la historia es interpretar los acontecimientos del pasado para poder entender lo que ocurre en el presente. Todo eso pasó ayer. Pero el sol asoma cada día, dándonos una nueva oportunidad.

“Solo si nos detenemos a pensar en las pequeñas cosas llegaremos a comprender las grandes"(José Saramago).

4.1.14

Tessa




Son las dos y media de la madrugada y tengo los ojos como platos. Creo que para combatir el insomnio debo sentarme a escribir. Siempre que vomito lo que me conmueve termino sintiéndome mucho mejor.

Hoy ha sido un día emotivo. No solo porque he despedido a una gran amiga que retorna a su ciudad por finalización de su etapa laboral en la isla, sino también porque he estado un rato ayudando a desmontar los restos del naufragio de la que fuera la casa de mi madre. Elegir unas fotografías, un pañuelo y su bisutería, me ha resultado doloroso. Es la primera vez que entro a su casa y ella no está.

Cuando esta tarde he regresado  con varias bolsas: las de mi amiga Sol y las de mi madre, una mezcla de olores se agolpaban en mi pensamiento.

Camino al aeropuerto la perrita Tessa soltó un gemido y yo pensé que no se quejaba en balde. Ella sintió mi pena. También despedirme de ella ha sido duro. Saltaba de alegría cada vez que me divisaba a lo lejos, rompiendo todo el protocolo habitual de una perra guía bien educada, que sin duda lo es.

He dejado a Sol muy bien acompañada por Jose, su marido, en el aeropuerto y me alegro mucho de que sea una feliz jubilada joven que disfrutará de muchos proyectos interesantes que ya planea. Sin embargo, un nudo me ha atenazado la garganta y he venido rauda hasta casa dejando para mañana el resto de las cosas que no cupieron en su mudanza y que las he heredado yo. Algunos de esos enseres domésticos los elegimos juntas, entonces no sospeché que pudieran tener tan corta vida.

Cuando comencé a repartir los objetos en bolsas para distribuir entre gente que los necesita, los golpes de olores me removían.  Las mantas, sábanas y toallas de mi madre tenían el olor aséptico de los fármacos, la colonia de Sol olía a su fragancia y el aroma de Tessa estaba impregnado en mi cerebro. Sus pelos casi blanquecinos invadían mis pantalones negros, pero no hice ningún intento de cepillarlos.

Cuando Sol llego a nuestras vidas mi hijo Fernando, muy acertadamente, dijo que era tan parecida a nuestra ya desaparecida amiga Conchi, que hasta tenía su acento, su forma de pensar, incluso sus andares. Parecía que la vida nos la  había devuelto a través de ella. En un alarde de complicidad, nuestra amistad fluyó como si nos conociéramos desde muchos años atrás.

Incluso en la Nochebuena  sentimos presente a Conchi través de ella. Fernando estaba emocionado al hacer el balance al día siguiente.


-¡Mamá es como si hubiera estado Conchi de nuevo con nosotros! Son tan parecidas en su forma de entender el mundo, en su modo de hablar… no puedo dejar de recordarla cada vez que hacemos algo con Sole.

Hoy él mismo ha caído en la cuenta de que nos ha dejado unas cuantas latas de tónica, Conchi también hizo lo mismo la última Navidad que compartimos antes de que marchara a Euskadi, sabiendo todos que sobre su cabeza pesaba la espada de Damocles del cáncer cruel que se la llevaría antes de un año. Compró unas tónicas que permanecieron en la nevera por un largo tiempo como una forma más de recordarla. 

Sin embargo sé que deambular por la vida es lo lógico y normal. Conocer y querer a gente es un privilegio. Quedarse con todos los buenos momentos es un regalo. Pero hay un huequecito que ocupa los lugares comunes, los paseos por la playa, los ricos cafés  de su cafetera…incluso los ladridos de alegría de mi Tessita linda cada vez que yo tocaba el timbre de la puerta y sabía que daríamos un paseo. Lo primero que hacía era traerme el pollo de goma para que se lo lanzara y ella ir a por él. Es su manera de interactuar conmigo. En el aeropuerto, mientras nos decíamos adiós y yo la abrazaba, hizo malabarismos ofreciéndome su pancita para que la rascara. Este gesto de entrega total solo lo tiene ella con personas en las que confía absolutamente.

En mi alma familiar hay una historia dolorosa de despedidas que no es fácil de resolver o de olvidar. Mis dos abuelas perdieron a sus maridos, emigrantes que jamás retornaron y a los que siempre esperaron. Mis padres no conocieron a sus padres por el mismo motivo. Yo misma sufrí algunas despedidas temporales mientras fui niña.

Y creo que toda esa coctelera se ha removido hoy para ser capaz de provocarme insomnio. Como si estuviera en peligro, como si fuera una pérdida definitiva.

No obstante tengo el consuelo de que Sol y Tessa son dos grandes viajeras y que en algún momento volverán e iremos a visitarles a Santander, casi cerquita del lugar en el que vivió y murió nuestra querida Conchi. Será nuestra única oportunidad de volver a respirar aquel aire y a sentir ese hermoso paisaje. De otra manera no nos habríamos armado de valor.

Me vuelvo a sentar con mi imaginación en el escaloncito de la entrada de la casa, como cuando era niña. Ahí me sitúo cada vez que una despedida ronda por mi vida. Y me vienen a la cabeza tantos seres queridos, mis propios hijos que siguen los rumbos de su vida y se despiden de este lugar y este espacio. Y no dejo de sentir que una parte de ellos habita en mí al igual que una parte de mi ser vive en todos ellos.

Y mi madre descansa en el lugar de las almas buenas, después de haber dejado en su paso por la vida un rastro indeleble.

El mar... ese mismo mar que nos ha acercado ahora nos aleja, pero es también la ruta para reencontrarnos.


Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y elertas y caracoles.

(Mario Benedetti)