Papá…
Un día te fuiste a trabajar lejos de casa. Recuerdo que mamá y yo te despedimos cuando
subías a aquel barco grande. Te esperé desde entonces cada día, hasta que poco
a poco me fui acostumbrando a no verte. Solo te escuchaba a través del
teléfono. Me cantabas y hacías bromas. Pero también eso comenzó a espaciarse. Se perdió con todas las promesas de cosas divertidas
que haríamos juntos una vez volvieras.
Ya directamente me habitué a vivir sin ti. No te buscaba con la mirada en
mis actuaciones del colegio, ni volvimos a pasear de la mano por al parque. Quise encontrarte
en cada uno de mis sueños y hasta dedicarte la canasta que logró que mi
equipo ganara aquel partido. Pero no estabas.
Cuando vengo a la playa miro al horizonte, y es cuando me da por pensar que
estás del otro lado. No te ha tragado el mar. Pero te fuiste y, en esa despedida, un trocito de mi se fue contigo.
Te llevaste mis patines y mi osito de peluche. Es decir, los tengo yo, pero
no los puedo volver a coger entre mis manos porque pienso en ti con tristeza.
Cada vez que en el colegio la profesora se empeña en preparar regalos para ti y para los otros padres de la
clase, yo me escondo bajo la mesa y finjo tener
dolor de estómago. Por eso me libro de hacer algo que nunca voy a poder
darte. La primera vez que le expliqué a la "seño" que yo no podía hacer ese
regalo para ti, me dijo que podía regalárselo a mamá o al abuelo. Ella
no comprende que yo en ese momento me siento solo y triste. Igual que cuando miro al mar. Me pongo muy
apenado pensando en ti, pero no puedo evitar mirar a lo lejos a ver si te encuentro.
Estarás al otro lado, en algún lado. No te ha tragado al mar. Probablemente
no vuelvas para ver cómo me voy convirtiendo en un hombrecito. Mamá y el abuelo
dicen que me parezco a ti. Yo quiero parecerme a ti porque eres grande y
fuerte, aunque a veces quiero recordarte y solo viene a mi cabeza una imagen
borrosa. Ya no sé bien como es tu cara,
papá.
Cuando baja la marea y camino junto a los charquitos, me miro en ellos como
si tuviera un espejo, así siento que tú estás un ratito conmigo. Tampoco
pudiste ver como aprendía a nadar solito y ahora hago dos mil metros en un día.
Mamá dice que voy ser muy alto y tengo que proteger mi espalda. Por eso nado y
nado esperando algún día nadar mucho más allá del horizonte.
Una vez en el parque me caí de un tobogán porque en una avalancha, los niños me empujaron sin querer. Yo no podía parar de llorar, pero no porque sangrara mi rodilla, sino porque
me acordé de ti y de cuantas veces me recogías abajo cuando yo, indeciso,
dudaba entre lanzarme o no.
Le pregunto por ti al mar y dice que no sabe. Ni tampoco la gaviota que a
veces se posa en la arena en busca de comida. Mamá ya no me da evasivas. Me dice
claramente que no te espere porque probablemente nunca vuelvas. Aunque creo que hay algo que ella no
me cuenta para que no me ponga triste.
Lo mejor de todo papá fue cuando, hace unos días, encontré a mi hermano en
internet. Tenía mis ojos, mi cara y mi apellido. Él aún te recuerda menos que
yo. No conoce nada de ti, nunca fue contigo al parque ni le enseñaste a andar en bici. Dice que tenía dos años cuando te fuiste y no te quiere volver
a ver. Tampoco tiene mar al que hacerle preguntas. Es grande, alto, adulto y se parece a ti. Pero está enfadado contigo, me parece. Yo no me enfado, simplemente
te extraño.
Te he perdido a ti pero he encontrado a mi hermano. Me ha prometido que
vendrá a conocerme y yo le creo. Así que por esta orilla aparecerá en algún
momento. No sé cuando, pero sé que va a venir algún día. Por eso estudio
francés, no sea que me coja desprevenido y no pueda decirle cuanto le quiero.
Le voy a llevar a mi colegio, para que mis amigos comprueben que no miento, que él existe y hasta nos parecemos. Nadie va a volver a empujarme en el
recreo cuando vean a mi hermano.
Papá…
¿Por qué no me hablaste nunca de él? ¿Es que no le recordabas?
Esta mañana amaneció con lluvia y mamá dijo que no es un buen día para
bajar a la playa. Yo prometí abrigarme bien y no entrar en el agua. Pero he
sentido grandes deseos de salir a la orilla, correr contra el viento y tocar la
arena con mis manos. No está mi amiga la gaviota y tampoco veo el barco grande
que pasa cada día a esta hora. La verdad es que he venido solo para volver a revisar
el horizonte y darle un grito en forma de mensaje a ver si me responde
¡Papaaaaaaaá! ¿Dónde estás papaaaaá?
Fotografía: Krithóval Tacoronte
Qué hermoso... y algo me dice que no es sólo una historia de ficción ¿o me equivoco? Un beso grande, amiga!
ResponderEliminarNo, no lo es...Un abrazo Carlos.
ResponderEliminar