Lo
que ocurrió aquella tarde mientras ella corría bajo la lluvia era totalmente
imprevisible. Venía, como siempre, apresurada, con dos bolsas del supermercado,
haciendo recuento mental de todas las tareas que le esperaban cuando llegara a
casa.
Ni
quería abrir la puerta, un vaho a cerrado le recordaría que todo seguía tal
cual lo había dejado por la mañana, cuando apresuradamente miraba el reloj,
cogía las llaves y tiraba literalmente de los niños.
La
llegada a casa significaba una maratón interminable con la cena, la lavadora,
la plancha, el fregadero... allí seguirían hasta la mantequilla y la caja de
cereales del desayuno. Se sentía cual Penélope, tejiendo y destejiendo cada
día.
Todo
eso rondaba desalentadoramente por su cabeza, mientras rogaba a dios para que
saltara el semáforo, y le diera paso para poder cruzar la calle de una vez. El agua se había metido en sus
zapatos, en su ropa, en su piel. Sus pechos y su pubis estaban también
empapados.
Así
pensaba, cuando miró aquel anuncio. Una chica rubia y desnuda -talla treinta y
ocho- subida a la grupa de un caballo blanco -al que abrazaba- anunciaba
zapatos. Su único atuendo eran unos zapatos rojos que se ataban al tobillo y
llegaban hasta media pierna. Una larga melena rubia le cubría parte de la
espalda, y su mirada intensa parecía transmitir seguridad.
Se
miró de pronto a sí misma, con la ropa empapada, el pelo reseco y con falta de
tinte en la raíz. Sus zapatos, ya para la basura, que venían durando tres inviernos.
Pensó entonces, que si
tuviera un caballo tan bonito, estaría lejos, galopando con él...
Pensó
que apenas diez años atrás su pelo era sedoso y largo, su piel no tenía
estrías, ni celulitis, además, se solía tomar unos minutos cada mañana para maquillarse...
Soltó
las bolsas en el suelo y lloró sin consuelo, pensando que podía venir toda la
lluvia que quisiera, formar un caudal, arrastrarla hasta el mar... que
posiblemente, hasta la hora de la cena, nadie se percataría de su ausencia.
Entonces,
ocurrió lo insólito: el caballo blanco cobró vida y saltó del cartel. Ella, se
quitó los zapatos y corrió hacia él, con la firme idea de irse galopando, muy
lejos. Por primera vez en su vida fue rebelde, y una sensación de libertad
recorría su mojado y agotado cuerpo. Se fue, y milagrosamente, con ella,
desapareció la lluvia.
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