La muñeca hinchable estaba esperándole en el peldaño de la entrada. En su formato actualizado, llevaba un ajustado vestido a la moda, medias negras de red, bolso de Loewe, tacones rojos y lencería que daba el pego comprada en el chino de la esquina. Su Chanel cinco era auténtico, eso sí.
Lo bueno de tenerla, era que le mantenía vivo,
eufórico. Luego se iba por donde mismo vino, sin pedir explicaciones, ni
promesas de amor, sin ni siquiera un
café de sobremesa. Claro… es que no existía la mesa. Solo la cama. Allí ella
gemía con él, al unísono… no sea que fuera a quedarse fuera de servicio. Al fondo las llamadas de control en el móvil,
no dejaban de interrumpirle el placer momentáneo. Pero ella, en su rol de
calladita que estarás más guapa, fingía no escuchar nada.
Había
cierto desequilibrio en aquel escenario, donde las sandalias de la oficial
pululaban por la casa. Un par de fotos en un marco, una cama impecable, una nevera grande, aunque apostaría que estaba vacía.
El pisito era hasta
confortable, aunque la “dolly” se planteaba si la toalla que acababa de usar en
la ducha, había pasado por otro cuerpo que no fuera el de él.
Sobrevolaba el escenario
viéndose a sí misma gemir, contorsionarse, moverse a su ritmo propio que venía
a ser el de él. Así una y otra vez.
La fastidió el día que confesó
que le encantaba que fuera una muñeca de quita y pon, una especie de exótico souvenir, la rara avis que jamás estuvo en su record.
En ese momento, ella sacó un
alfiler. Se dio un sonoro pinchazo en su muslo derecho, de desvaneció sin
ruido, como mismo vino. Se desinfló para siempre. Su atuendo yacente al pie de
la cama, le dejó perplejo, pero ¿cómo fue capaz de hacerle esto? Pero, si hasta
a su manera la quería. Le gustaba tenerla. Tocarla, sentirla suya. Susurrarle
al oído palabras bonitas. Hasta le gustaba darle el esquinazo a la oficial, la
muñequita de verdad… la que cogía del brazo y presentaba a sus amigos. La chica
formalita de sexto sentido, que hasta había intuido que la muñequita de
plástico se movía por su vida y hasta frecuentaba su misma cama.
Un extraño dolor plagado de la
sensación de injusticia le asaltó por sorpresa. ¿Pero por qué a mí, por qué
esto, por qué ahora?... si ella era la viva imagen de la cordura. Imposible
imaginarla justo en el contenedor amarillo. No puede ser, es injusto, déjame
pensar…
Abajo en la acera, un alma desnuda corría en busca de calor de verdad, mendigaba abrazos al quien se dignara mirarla...
Abajo en la acera, un alma desnuda corría en busca de calor de verdad, mendigaba abrazos al quien se dignara mirarla...
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