La niña de las trenzas y la rebeca roja, se suele sentar en el escalón de la entrada de
la casa. Ese que mira a veces la abuela para saber la hora del día que es, por
la sombra que proyecta.
Desde ahí, ve pasar el mundo ante sus ojos. La
vida de verdad por un lado y los cuentos de princesas y príncipes por otro.
El día de su pequeña aventura, cuando cruzó la
huerta, para así poder llegar hasta la vecina escuela, todo cambió para
siempre. A partir de entonces se desveló un mundo de novedades, paisajes,
leyendas… su existencia dejó de tener la frontera de la casa. Tras descifrar el
código de las letras, la lectura fue un billete para la fantasía.
Algunas otras incursiones en la vida, le trajeron
mal sabor.
Una vez, fue a la tienda y el hombre de la
casa en mitad de la calle le pidió que fuera a hacerle un recado. Para
ello hubo de sentarla en sus rodillas, acariciarle el pelo y levantarle la
faldita. Ella percibía algo raro e incómodo, pero no salió corriendo.
Cuando el hombre salió para el fondo del almacén y se manipuló en su bragueta,
ella seguía sin saber qué pasaba.
Siguió sin entender nada cuando en casa le
quitaron la ropa y todo fueron lamentos y clamores. Unido a reproches, cuidado
con los hombres, algunos son muy malos. Decía la abuela.
La niña, se
sintió violentada en algunas otras ocasiones, pero nada comparable con el drama
de la culpa que le habían cargado entonces, cuando tenía seis años y era una
inmensa inocencia.
Desde el escalón de la entrada de la casa, sale
al paso cada vea que la mujer adulta ha de afrontar con solvencia y
seguridad algún reto. Con sus cuentos de princesas bajo el brazo, en un mundo
imaginario donde es la única reina, con sus piernas flacas y veloces, con su
fantasía casi indemne, con sus deseos de aventura… con el miedo al abandono.
Sabe que los que se fueron difícilmente volverán.
Así ocurrió con el abuelo y un montón de gente. La han dejado en esta casa para
acompañar a la abuela. Por eso siente que una despedida es una muerte. Y llora,
cuando nadie mira, para evitar explicaciones y reproches.
La niña no envejece. Los años transcurren, pero
sus trenzas y su esencia la definen. Alguna tarde vuelve a escaloncito de la
puerta. Un refugio seguro en el que se siente a salvo. El resto del tiempo deambula
en la mujer adulta que la camufla, de tal manera que a menudo no saben cuál de
las dos es ella.
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