26.6.12

Recordando a Hamdia

Recordando a Hamdia
Los gobiernos cambian y las guerras solamente cambian de escenario

Iraq, ayer cuna de la civilización, es hoy un país destrozado y sumido en el dolor.
Hamdía tiene apenas sesenta años. Se casó con quince años recién cumplidos. Un matrimonio acordado que nunca se atrevió a cuestionar. Pasó la mayor parte de de su vida en su casa de Bagdad, criando primero a sus hijos y después a sus nietos.
Alguna vez, mientras andaba absorta en sus preocupaciones diarias, o de vuelta del mercado, caminaba despacito junto al Tigris, sin ser demasiado consciente de que su casa había sido cuna de la civilización. Muchas cosas habían cambiado desde que en aquellos valles fértiles sus antepasados inventaran la escritura y las matemáticas, dando lugar a una forma de control del excedente y la riqueza.
Tampoco era capaz de establecer un paralelismo con el presente, para así poder ver que sería ese deseo de control de la riqueza, el que acabaría dividiendo a la humanidad en clases.
Hamdía aprendió a rezar, a ser una buena mujer, a educar a sus hijos e hijas en el temor a dios, y jamás tuvo un brote de rebeldía. Su corazón, dividido en tantos pedazos como hijos, no entendía de estrategias políticas, ni de los grandes acontecimientos del mundo, pero éstos se le vinieron encima, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Ha conocido tres guerras y cada una de ellas ha jalonado su cuerpo y su alma.
En la Guerra del Golfo perdió a uno de sus hijos, porque aunque le dijeron que había desaparecido, ella siempre supo que jamás volvería a verle. Otros dos hijos alcanzaron el “paraíso” occidental, para vivir de prestado en un país ajeno, donde nunca dejarán de sentirse extranjeros. Aferrados a su identidad, porque es lo único que les queda, hablan con nostalgia de un país que ya no existe. Regresan cada noche de un trabajo, que aunque les dignifica y les ayuda a sobrevivir, les recuerda que no están en posición de elegir.
Hamdía no puede articular palabra cuando escucha la voz de sus hijos a través del teléfono, y llora desconsoladamente. No puede hacer otra cosa más que llorar. No tiene fuerzas para nada más. No entiende por qué todo ha sido tan doloroso en su vida. Resignada, ve desde su ventana pasar los tanques de guerra y no se atreve a salir a la calle. En medio de este caos, se pregunta, qué comerán mañana sus nietos.
Después de quedarse sin marido y de sacar diez hijos adelante, ella no sabe qué más hacer, y desesperadamente confía en su dios, porque si hay algo que la engrandece, es que jamás se rinde.
Hoy quiero unirme a su impotencia, que también es la mía. No quiero volver a dormir tranquila esta noche pensando que todo anda bien. Ni siquiera me evadiré ante el televisor con las intrigas del famoseo de moda. Ídolos de barro que se construyen o desbaratan a criterio de quien los maneja. No quiero comparar mis piernas, mi piel o mi pelo con la modelo escultural que aparece en el anuncio.
Tampoco me interesan las aventuras de un grupo de famélicos famosos que frivolizan con el hambre por un puñado de dinero. Ni quiero oír hablar de los amantes de la famosa folclórica o de la depresión de su perrito.
Hieren mi sensibilidad y mis oídos los alaridos malsonantes de los colaboradores del programa nocturno de máxima audiencia. Todo ello organizado y orquestado para que compremos no sé qué productos patrocinadores.
No quiero olvidarme de Hamdía, ni de tantas otras. No quiero olvidar que la guerra no es una estadística, sino un negocio cruel. No quiero claudicar, pensando que no hay nada que hacer. No es una noticia pasada de actualidad. Esta guerra, que no es la mía, ni la de ella, ni la nuestra, está terminando con la esperanza de todas las personas que creemos que los pueblos son los auténticos protagonistas de su historia.
Hoy quiero pensar que sus plegarias llegarán a su cielo, como ella y su imagen venerable han llegado a mi corazón.

1 comentario:

  1. Me ha dado por rememorar este texto que en su día vio la luz en el periódico La Provincia y algunos años más tarde fue publicado en webislam (de ahí lo he cortado y pegado). De rigurosa actualidad, pese al tiempo transcurrido.

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